viernes, 21 de diciembre de 2012

NICETO BLÁZQUEZ, O.P.


TESATAMENTO VITAL

TESTAMENTO VITAL SOBRE EL AMOR

Las páginas que siguen son un complemento del capítulo décimo quinto de La cátedra de la vida, titulado: “En la recta final”. Lo titulé así por el presentimiento que yo tenía en aquellos momentos de que mis días en este mundo estaban ya muy contados. De hecho, La cátedra de la vida se imprimió durante los días en que yo me encontraba hospitalizado y sólo dos días antes de salir del centro sanitario, el editor, que nada sabía de mi grave crisis de salud, me comunicó la grata noticia del remate editorial del libro, que yo había dado ya por póstumo. El día 28 de noviembre del 2010 marcó el ritmo de mi vida de una forma más contundente que nunca y me vino la idea de dejar un testimonio escrito de agradecimiento al personal sanitario que me sacó adelante durante mi crisis de salud. El resultado de este proyecto de agradecimiento lo publiqué pocos meses después con el título Filosofía de la vida, en el cual describí brevemente la experiencia vivida durante dos semanas ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de Madrid/Sanchinarro/Norte.

A pesar de las persistentes crisis cardiacas en el 2012 pude publicar con gran sorpresa el complemento de La cátedra de la vida con el libro de carácter testimonial titulado El otoño de la vida. Pero, dada la importancia del acontecimiento, me pareció oportuno reproducir algunos recuerdos y pensamientos breves seleccionados por su específico significado humano. Por ejemplo, aparecen testimonios confidenciales de dolor que me fueron confiados por personas que buscaban consuelo y paz personal. Otras veces reproduzco textos en los que se refleja la grandeza humana de personas generosas y agradecidas, o su actitud ejemplar frente a las calamidades de la vida como los terremotos. También me pareció oportuno dejar memoria de algunos acontecimientos culturales significativos de mi entorno así como de mis puntos de vista críticos sobre algunos de los libros que regularmente me llegaban para ser recensionados en la revista Studium. El arte de recensionar no es fácil pero yo encontré una fórmula que me permitió compatibilizar los intereses editoriales, publicitarios y de los autores con los de la crítica respetuosa y objetiva del pensamiento ajeno.

Mis recuerdos y pensamientos desde la otra orilla son aquellas cuestiones importantes que llenaron mi espíritu cuando me encontré ya con un pie aquí en la tierra y el otro en los umbrales de la Trascendencia. Lo acontecido el 28 de noviembre del 2010 es el punto de referencia para entender todo lo que aquí es recordado con brevedad, amor y esperanza. Un año después sufrí otra crisis de salud más grave aún que la anterior pero con resultados inmediatos satisfactorios. Me ha resultado particularmente grato reproducir y comentar el histórico texto de Manuel García Morente donde el filósofo describe la gran experiencia vital en la que fue sumergido durante su exilio forzado en París.

Como conclusión final del libro EL OTOÑO DE LA VIDA escribí lo siguiente. D. Miguel de Cervantes Saavedra puso fin al Quijote con unas palabras apologéticas de las cuales me parece oportuno destacar las siguientes. “Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: Aquí quedarás, colgada desta espetera y desde el hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte”. Cuando redacto esta conclusión tengo el presentimiento de que mi péñola digital, como la avícola de Cervantes, va a encontrar también el reposo final con mi deseo de que no sea profanada por nadie con malos entendidos y falsas interpretaciones. El lector se habrá percatado de que me encuentro en fase de despedida de este mundo. La cuesta de esta vida terrenal es escarpada pero vale la pena escalarla tratando de superar los múltiples obstáculos que surgen en el camino. La vida es como un río que desemboca siempre en alguna parte. Si nadamos contra corriente nos ahogamos y si nos alejamos de su curso nos perdemos. De ahí la conveniencia de seguir su curso y convertirla en nuestra escuela principal de aprendizaje durante nuestro quehacer cotidiano de vivir con dignidad. Todo lo demás, como la paz, la libertad, el amor, la felicidad y el descanso sempiterno sin riesgos ni sobresaltos fuera del espacio y del tiempo vendrá por añadidura. Al margen o en contra de la vida no cabe lugar razonable para la felicidad humana. Para bien o para mal, la vida pasa siempre factura. La vida humana no es un engaño. Por el contrario, es lo único que no engaña. Somos nosotros los que nos engañamos adoptando actitudes ilusorias y hostiles contra ella, la cual nos pasa factura y nos pone a cada uno de nosotros en el lugar y sitio que nos corresponde.La vida avisa, promete y cumple. Tampoco es una ilusión pasajera o un sueño. Es breve, ciertamente, pero tan real que ninguna otra realidad humana la supera. De hecho, la vida es la fuente y cumbre de toda realidad. Por ello, en la escuela de la vida aprendemos a vivir con realismo y dignidad en este mundo y a morir con la esperanza de alcanzar otra vida mejor fuera del tiempo y del espacio. A los lectores de este breve testamento les ruego que, por amor de Dios, perdonen mis debilidades humanas y errores, sobre todo si han sido causa de daño físico o moral para alguien y no me ha sido posible compensar el daño anónimo que pudiera haber causado durante mi larga vida, a veces bien complicada. Por otra parte sólo encuentro la palabra GRACIAS para expresar mis sentimientos de gratitud a las muchas personas que con su ayuda material e intelectual y con el tesoro de su amistad han contribuido decisivamente a mi felicidad en este mundo. El resto lo dejo en manos de Dios que nunca me ha dejado solo sino que, por el contrario, me ha asistido con la presencia constante en mi corazón de su Espíritu encarnado en la persona de Cristo, su rostro visible, y la acción reparadora y consoladora de su Espíritu Santo. (Madrid, 15/VI/2012).
 
Pero no todo quedó ahí. Desde mi confinamiento físico en el convento de S. Pedro Mártir en Madrid de los PP. Dominicos, tuve la posibilidad de perfilar y perfeccionar mi pensamiento y experiencia sobre la naturaleza e importancia del amor humano y para ello escribí un librito de bolsillo titulado: Al atardecer de la vida. Reflexiones sobre el amor. A la vista del interés suscitado y la relativa bonanza de mi estado de salud, me decidí a revisar y perfeccionar los puntos de vista antes tratado sobre el amor y las formas equivocadas y acertadas de amar. El resultado de esta nueva meditación sobre la naturaleza e importancia del amor humano fue un nuevo libro titulado LA AVENTURA DEL AMOR (Ed.Vision Libros, Madrid 2013). A continuación reproduzco la introducción y las reflexiones finales a modo de conclusión.
 
El tema de una bella y popular canción reza así: “Al atardecer de la vida me examinarán del amor”. Es un eco del canto paulino a la caridad del que los grandes humanistas y místicos cristianos como S. Juan de la Cruz tuvieron buena cuenta. Esta dimensión del amor es la culminación de otras etapas de la vida amorosa, como he explicado en diversas ocasiones, pero en las segundas vísperas o crepúsculo de mi vida me ha parecido oportuno revisar este tema, corregirlo y enriquecerlo de forma monográfica y muy breve para destacar que el verdadero amor humano tiene por objeto propio la dignidad o excelencia de las personas y no los rasgos de sus respectivas personalidades. El amor personal es el quicio o gozne sobre el que han de girar todas las formas de amar culturalmente conocidas para evitar que algunas de ellas se conviertan en un manantial permanente de frustración e infelicidad. Amar y ser amados es una aspiración natural y, por lo mismo, una necesidad y un derecho de todo ser humano. Pero en las formas de satisfacer esa necesidad y legítima aspiración mucha gente no acierta a encontrar la clave de interpretación y satisfacción de la misma de forma responsable y digna de los seres humanos. Me daría por satisfecho si las reflexiones que siguen sirven para ayudar a encontrar el verdadero camino del amor a quienes lo buscan con sincero corazón. El tema del amor es repetitivo en mis escritos pero en esta ocasión deseo perfilar lo mejor posible mi experiencia humana y sacerdotal sobre el mismo. En Al atardecer de la vida (Ed. Vision Libros, Madrid 2012) hablé de la naturaleza del amor humano y divino, de las formas de amar y las dificultades que impiden el disfrute del amor personal sin el cual la vida puede resultar tan desagradable como el menú de hospital sin sal ni vino. El amor es la sal y el azúcar de la vida pero hay que aprender a descubrirlo y consumirlo sin adulteraciones y en la dosis adecuada, lo cual se va aprendiendo con la experiencia de la vida y el buen uso de la razón. En el presente texto pretendo demostrar cómo es posible mantener un diálogo personal amoroso entre dos personas sin caer en la trampa del amor sexo, del amor de enamoramiento o de ambos al mismo tiempo. Se trata pues de poner en práctica los principios teóricos expuestos en la primera parte descendiendo después a la realidad concreta de las personas y sus circunstancias. ¿Cómo y de qué manera? No es un arte fácil pero es posible en la vida real y deseable. El tema es de capital importancia para todo ser humano, pero reviste particular interés para quienes ejercen profesiones relacionadas directamente con la vida privada de las personas y sus sentimientos más íntimos. Tradicionalmente las dos profesiones de más riesgo de caer en dicha trampa del amor sexual o de enamoramiento eran las relacionadas con la medicina y el ministerio sacerdotal. Actualmente hay otras muchas profesiones públicas en las que el enamoramiento y los favores sexuales contribuyen a que las relaciones humanas se corrompan y resulte prácticamente imposible la experiencia feliz del amor personal tan deseado como necesario para la felicidad humana.
 
Así las cosas, me ha parecido oportuno reconsiderar una vez más el tema del amor presentando ahora un puñado de ejemplos prácticos para demostrar que es posible y deseable llegar a ese nivel de amor personal, tanto en nuestras relaciones personales como en el ejercicio de algunas profesiones particularmente sensibles como es, por ejemplo,el ministerio sacerdotal. Algunos de esos diálogos fueron publicados en mi Antología de lecturas cortas (2012) y El otoño de la vida (2012). Pero a medida me voy acercando al final de mi periplo existencial en este mundo, me convenzo más sobre la conveniencia de recordar la necesidad de destacar hasta qué punto el amor personal es la clave para llevar a cabo unas relaciones humanas felices y un ministerio sacerdotal afortunado. Por razones de pragmatismo editorial, en Al atardecer de la vida reproduje sólo un ejemplo incompleto para probar que es posible llevar a la práctica lo que digo en mis reflexiones sobre el amor y las diversas formas de amar, objeto de la primera parte de este libro. Pues bien, a la vista del interés suscitado en las personas que lo han leído, he decidido mejorar la parte primera y publicar ahora de forma monográfica un lote de esos diálogos, principalmente mantenidos por escrito. Con ello, insisto, sólo pretendo demostrar con ejemplos prácticos que es posible garantizar la felicidad en este mundo, y aún la del mundo venidero fuera del tiempo, del espacio y de las leyes de la corporeidad, si logramos amarnos los unos a los otros con amor personal. No se trata de describir aquí casos relatados por otras personas ni de hacer poesía o literatura romántica sobre el amor. Se trata de una reflexión personal ilustrada con diálogos abiertos sobre asuntos delicados en los que los protagonistas somos otra persona y yo. El lector constatará inmediatamente que mi interlocutor es siempre una mujer. ¿Por qué? La respuesta es la siguiente. Durante mi larga vida de trato pastoral con la gente tuve la oportunidad de dialogar verbalmente y por escrito con infinidad de hombres y mujeres de todas las clases sociales, edades y situaciones personales, sobre todo en momentos críticos de dolor e infelicidad. Este hecho me autoriza a sostener con sólido fundamento que dicho diálogo amoroso y personal resulta particularmente difícil cuando, por razones profesionales u otros motivos, los interlocutores son un hombre y una mujer. Sobre todo cuando la mujer confía sus secretos y problemas personales a un hombre profesional en el campo de la medicina o del ministerio pastoral de los sacerdotes cristianos. Por otra parte, el diálogo de hombre a hombre en el ministerio sacerdotal no reviste particular dificultad si el sacerdote es una persona psicológicamente madura, caritativa y teológicamente competente en su trabajo. En el diálogo hombre y mujer, por el contrario, los factores afectivos y sentimentales complican mucho las cosas y juegan un papel decisivo. El enamoramiento y los favores sexuales son un riesgo permanente por la sencilla razón de que el estado de enamoramiento se sale de los cauces normales de la razón y de la libertad, y por ende constituye un riesgo contante de echar a perder el trabajo pastoral. Riesgo que aumenta cuando la mujer desea prestar algún favor sexual como forma de agradecer los buenos servicios de caridad recibidos. O el sacerdote o el médico pierden la cabeza y reclaman de alguna manera la intimidad sexual como moneda de cambio a la mujer que les ha pedido ayuda para la solución de sus problemas espirituales o de salud corporal. La casuística en esta materia es muy variada según sea la condición de la mujer interlocutora y del sacerdote o médico interlocutor. Pero no quiero entrar ahora en esta casuística, que es larga, compleja, poco y mal estudiada, sino sólo destacar el hecho de que, a pesar de las dificultades existentes para llegar a producirse el diálogo de amor personal en el ejercicio del ministerio sacerdotal y en otras profesiones en las que está en juego la intimidad de las mujeres, dicho diálogo es afortunadamente posible. Dada la sensibilidad del tema que nos ocupa, he decidido utilizar un pseudónimo en lugar del nombre personal verdadero de cada una de mis interlocutoras. En la primera parte hago un análisis teórico y crítico del problema del amor, revisando y mejorando lo que ya he dicho en otras ocasiones, y en la segunda intento confirmar con ejemplos prácticos seleccionados de mi vida personal y profesional la posibilidad de llegar a una experiencia satisfactoria y feliz del mismo entre los seres humanos. Terminaré haciendo algunas reflexiones oportunas a modo de conclusión final. Las ilustraciones gráficas elegidas sirven para reforzar visiblemente de una manera crítica y humorística la tesis o mensaje central del libro.
 
Para terminar este repaso teórico y práctico del amor me parece oportuno destacar las siguientes reflexiones. En el amor personal promulgado por Cristo nos percatamos de la calidad del humanismo reflejado en los textos bíblicos del Nuevo Testamento. En la Biblia encontramos el fundamento de la dignidad ontológica y moral del hombre. Nuestra dignidad o excelencia como personas humanas radica en irrumpir en la existencia como “imágenes de Dios”. En ese nivel, como personas todos somos iguales ante Dios y ante los hombres. En consecuencia, nuestra dignidad o indignidad moral radica en nuestra forma de vivir en clave de amor personal o desamor. Desde la Biblia, a pesar de las dificultades que entraña su lectura, se entiende con relativa facilidad la igualdad ontológica de todos los seres humanos como personas y la desigualdad individual por razón de nuestra forma de vivir, de una forma o de otra, en clave de amor, desamor o amor corrompido. Como personas, cabe insistir, somos todos iguales, lo mismo hombres que mujeres, pero al mismo tiempo desiguales por razón de nuestra personalidad. Esa dignidad o excelencia personal es diferente por razón de nuestra vida moral de la que depende en gran parte la estructura de nuestra personalidad. La cuestión sobre la primacía del amor personal sobre el amor sexual y de enamoramiento es patente y clara para cualquier lector del Nuevo Testamento de cultura media y con un mínimo de sentido común. El amor cristiano ni se identifica con el amor sexual o de enamoramiento ni lo excluye. Se trata de un amor esencialmente personal en el que las relaciones sexuales y el enamoramiento pueden o no existir en absoluto. Pero cuando existen son elevadas y dignificadas hasta el extremo de hacer posible un amor de tal calidad humana que abarca a todos, incluidos los enemigos. En el ejercicio del amor cristiano existen dos filtros complementarios, uno racional y otro teológico.
 
La experiencia castiza de la vida, en efecto, y los hechos y dichos de Cristo sobre el amor no se contradicen sino que se complementan. El amor personal dignifica y embellece el amor sexual y de enamoramiento, pero no se identifica con esas y otras formas de amar de las que hemos hablado ni necesita de ellas para nada. La experiencia más castiza de la vida no deja lugar a dudas sobre esta realidad consoladora del amor que tiene por objeto a las personas y no se enreda en el culto sentimental a la personalidad, que es siempre caduca, fascinante y muchas veces perversa y traidora. Ahora se comprende mejor el aforismo de inspiración agustiniana: Ama y haz lo que quieras porque quien ama, si calla, callará con amor; si grita, gritará con amor; si corrige, corregirá con amor y si perdona, perdonará con amor. «Da quod iubes et iube quod vis» (Confesiones, X). Expresión que libremente traducida suena así: Dame, Señor, el amor que nos has mandado practicar y mándame hacer luego lo que quieras porque nada querré yo libremente hacer que no sea por amor a Dios y a los hombres. Si al atardecer de la vida no hemos aprendido esta gran lección de humanismo, es urgente aprenderla antes de que anochezca y sea ya demasiado tarde.
 
  Un dato muy interesante para tener la seguridad de que el intercambio de mensajes amorosos entre un hombre y una mujer, como los aquí reseñados, es que, cuando se trata de amor personal y no sexual, o de enamoramiento, ellas no se ponen celosas. Al contrario, se alegran por el hecho de coincidir con otras mujeres en la expresión de su amor y amistad a la misma persona, sea hombre o mujer. Esto no las sorprende sino que lo consideran lógico y normal. Cuando el amor, en cambio, es interesado, sexual o de enamoramiento, los celos entre las mujeres son inevitables así como la exigencia de exclusividad, con lo cual la amistad resulta prácticamente imposible y puede degenerar en aborrecimiento.
 
Como ha podido apreciarse en los ejemplos aquí expuestos, todas mis interlocutoras han compartido la alegría de agasajarme a porfía con su amistad en lugar de ponerse celosas o de reprocharme el trato amistoso con otras mujeres. El amor personal es un amor felizmente compartido por las personas que se aman a porfía sin celos ni envidias disfrutando todas con el mismo amor. El amor sexo y de puro enamoramiento, por el contrario, es egoísta por naturaleza, envidioso y excluyente. Otra observación importante se refiere a los límites del lenguaje amoroso. Los literatos, los poetas y pintores así como los protagonistas del folclore de los pueblos han creado un repertorio muy extenso de palabras, frases, gestos e imágenes que han pasado a ser de uso rutinario para expresar los sentimientos de amor. Además con aplicación indistinta a las diversas formas de amor que hemos descrito. De ahí también la interpretación diversa que pueden recibir por parte de los destinatarios de esas expresiones amorosas. Como el lector ha podido observar, en estos diálogos aparecen de forma rutinaria palabras y expresiones de saludo y despedida tomadas del común de la literatura amorosa de los enamorados y de los protocolos sociales y formas de buena educación social. Dicho lo cual y que es evidente, cabe destacar que cuando se trata del amor personal, como es nuestro caso, las expresiones verbales y gráficas propias de enamorados se quedan a medio camino ya que no son capaces de significar la naturaleza superior del amor personal respecto del amor sexo y de simple enamoramiento. Esa dimensión superior queda insinuada con frecuencia con puntos suspensivos y expresiones como: “no tengo palabras”; “sólo Dios sabe y comprende lo que te quiero”; Dios te bendiga y te colme de su amor”; “besos y cariños sin fin”; “te quiero mucho”. O simplemente “te quiero”. Lo mismo cabe decir de los saludos con los calificativos: rey, reina, corazón, tesoro, mi amor y otros similares. Sin tener en cuenta estas limitaciones del lenguaje amoroso difícilmente se puede comprender el significado personal y humano de estos diálogos. En la dinámica del amor sexo, de enamoramiento o de simples intereses, dicho lenguaje termina resultando de mal gusto, hortero, provocativo e irrespetuoso.
 
En el contexto del amor personal, en cambio, puede resultar innecesario, demasiado iterativo y cansino. Pero entonces aparecen otras formas de expresión amorosa como la compañía silenciosa, tanto física como espiritual, y las despedidas felices por el mero hecho de haber convivido con las personas reconociendo y respetando su grandeza y dignidad en las alegrías y en las penas. Para terminar me parece oportuno insistir una vez más en que el amor es la sal y el azúcar de la vida y por ello hay que aprender a amar como es debido a la dignidad de los seres humanos. Ahora bien, para que ese amor que da gusto y sabor a la vida sea verdadero y provechoso ha de ser personal. O lo que es igual, el objeto del amor humano verdadero es la persona y no el ropaje natural o artificial de la personalidad o de la belleza. Hemos de aprender a amar lo que somos como personas y no lo que adquirimos, perdemos o imaginamos según nuestras respectivas personalidades. Sobre esta base han de asentarse las diversas formas de amar en clave sexual, de enamoramiento y místico. Sólo cuando el amor es personal los instintos primarios asociados al sexo y el enamoramiento alcanzan belleza y dignidad. En caso contrario lo más probable es que lo que debía ser sal y azúcar de la vida se corrompa y se convierta en causa permanente de desencanto y sufrimiento. Sin amor verdadero la vida humana, por muy saludable que parezca, como el menú de los hospitales sin sal ni vino, termina resultando desagradable en extremo. Pero, por otra parte, hay que cuantificar razonablemente la cantidad de sal y azúcar que consumimos y este es el nudo gordiano de la cuestión. ¿Cómo aprender a manejar la razón para humanizar las diversas formas de amar sin que los impulsos primarios amorosos neutralicen psicológicamente el buen uso de la razón? En el acertar o errar en esta materia nos jugamos a una sola carta el deseo natural humano de felicidad en este mundo y la esperanza de perpetuarla con otra vida mejor fuera del tiempo y del espacio. Esta es una de las conclusiones más importantes a las que yo he llegado a lo largo de mi larga experiencia personal y profesional. NICETO BLÁZQUEZ, O.P.